Yo quiero, para componer castamente mis églogas,
Acostarme cerca del cielo, como los astrólogos,
Y vecino de los campanarios, escuchar soñando
Sus himnos solemnes arrastrados por el viento.
Las dos manos bajo el mentón, desde lo alto de la bohardilla
(Baudelaire, 1857: 123)
Es hora de salir a caminar con Páramo, mi perro de tres años cuya energía supera con creces a la mía; pero como su cuidador, salir a marchar al menos dos veces al día por el centro de Puebla, el cerro de Loreto y Guadalupe, el Parque Juárez, los barrios fundacionales o el Paseo Bravo, ha transformado la obligación en un ritual de observación. La experiencia de salir a caminar es una experiencia multisensorial. Existen factores que hacen diferentes cada uno de los recorridos. La atención en el tráfico y en las situaciones que nos pueden poder en vulnerabilidad, por ejemplo, generan un ir y venir de la mirada; así como la cantidad de personas que transitan por las calles. Cada persona tiene su forma de caminar, de detenerse a observar o de sortear velozmente a otras personas para llegar más a prisa. Se trata de un cúmulo de sensaciones que me hacen cuestionarlo lo que significa vivir en esta zona de la ciudad.
Se trata, además, de calles que son consideradas Patrimonio Mundial de la Humanidad desde 1987 por la Unesco por su ‘gran valor excepcional y universal’, por lo que vivir en la joya de la corona poblana es un privilegio que no sólo se limita a habitarla, sino que nos proporciona el escenario ideal para deambular por sus calles.
El deambular ha sido retomado por diversos autores, que dependiendo de su contexto variar la construcción del ejercicio, pero al estar centrados en el caminar y observar, podemos hablar de una generalidad al momento de nombrarla. Por ejemplo, el deambular el mismo Baudelaire utilizó para invocar a los cuadros parisinos de sus Flores del Mal (1857): hacer flâneur y ser un contemplador silencioso de lo que ocurre en las calles como una actividad casi antropológica de poner atención en las personas y sus actividades, en los grandes edificios y los espacios públicos como parques y jardines, en las grietas que se asoman como testigos de la historia, en la configuración de las dinámicas sociales, el comercio ambulante y formal, las expresiones artísticas y culturales que tatúan las paredes; representa un ejercicio de observación que transforma el goce y disfrute estético en una provocación para pensar lo que verdaderamente está ocurriendo en sus calles.
Para este ejercicio debemos observar el entorno que nos rodea en cada paseo; no solamente para descubrir, sino para reconocer que la dinámica de la ciudad como institución. Un montaje escénico cuyo escenario es la postal de presentación del Estado, pero cuyo conflicto está más cercano al modelo económico capitalista que al trazo que marcan los actores y actrices. No podemos olvidar que el ritmo social y hasta cultural está firmemente fundamentado en el modelo de producción y explotación, que ha liberado de habitantes la zona para transformarlos en consumidores, en vendedores informales, en comerciantes, en ofertantes de servicios o hasta en turistas y vagabundos[1], desfigurando un poco la concepción de que se camina para cumplir con nuestros deseos: “[…] el trabajo es el determinante fundamental de toda la vida cotidiana y subordina las dimensiones llamadas ‘irracionales’ (imaginación, sentimientos, necesidades)” (Marquez, 2021: 72). Observar así, es también reconocerse testigo distante y protagonista de esta obra.
En primera instancia, me parece que ser un habitante del centro resulta un halago, ya que en las últimas décadas ha ocurrido un proceso de despoblamiento que ha generado: “la pérdida de uso habitacional en la zona central de la ciudad, en los barrios históricos y en colonias adjuntas al centro histórico, provocando su deterioro urbano y el desaprovechamiento de la infraestructura y equipamiento urbano de la que dispone” (IMPLAN, 2021: 39).
En ese sentido, habitar el centro puede resultar en una discusión que va desde la resistencia contra a los procesos de gentrificación (desplazamiento de la población) ocasionado por el deterioro de algunos inmuebles, el alza en las rentas, la turistificación, el uso de suelo comercial; por mencionar sólo un poco del gran conglomerado de problemáticas que hacen percibir en ocasiones sus calles como solitarias, peligrosas, desordenadas e inequívocamente, estridentes; hasta la casi eufórica sensación de la proximidad a las actividades artísticas y culturales, a los centros de comercio y a la posibilidad multidireccional de moverse a otras zonas de la ciudad a través del transporte público.
Tanto la Zona de Monumentos como la Zona Centro que la engulle, manifiestan “una elevada capacidad de atracción de viajes por la concentración de unidades económicas (comercios y servicios), equipamientos urbanos y sedes político-administrativas” (IMPLAN, 2021: 71); provocando una fuerte dinámica social, administrativa y económica que perpetúa la centralización del Estado y sus instituciones.
Como señala Debord: “toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos” (1967: 5), siendo esta centralización una forma de focalizar el espectáculo de un territorio con horario de oficina, y que dependiendo siempre de la fortuna que tengamos como espectadores o participantes, podremos observar como una interacción entre los edificios abiertos, el sonido de los motores, el aroma de la comida y la sensación espacial de estar rodeado de una multitud de protagonistas, así llegar a un estado de contemplación y sumergirse en la masa.
Ya con Debord podemos recordar a los movimientos internacionales Letristas y luego Situacionistas, que, como críticas al modelo capitalista, buscaban una revolución a través de encontrar la poesía en lo cotidiano y llevar el arte a los espacios comunes para incidir en la perspectiva materialista (1955: 1). En un paralelo al flâneur ya mencionado, la noción de psicogeografía recuperada por este filósofo francés y los situacionistas se convirtió en una herramienta para abordar la vida urbana. Este concepto se centraba en el estudio de cómo el entorno geográfico, ya sea planificado o espontáneo, afectaba directamente a las emociones y comportamientos de las personas que habitaban la ciudad. Los situacionistas creían que la ciudad moderna, con su creciente urbanización y planificación ‘racionalizada’, había perdido su capacidad de inspirar el juego, la aventura y la creatividad.
Para los situacionistas, la psicogeografía permitía explorar la ciudad de manera más profunda, desviándose de las rutas convencionales y buscando experiencias inesperadas. Esto implica recorrer la ciudad de una manera más lúdica y sensorial, donde la poesía y el arte se entrelazaban con la vida cotidiana. Los situacionistas buscaban subvertir la lógica capitalista que dominaba la planificación urbana, transformando los espacios comunes en escenarios de encuentro y liberación.
Así, el Situacionismo y el deambular se convirtió en una forma de disfrutar la ciudad de manera radicalmente diferente a la tradicional. En lugar de simplemente transitarla de manera rutinaria, se trataba de vivirla plenamente, experimentando sus calles y rincones como escenarios de posibilidades infinitas. Esta perspectiva materialista y crítica hacia la ciudad se tradujo en acciones concretas, como la ‘deriva’ o deambulaciones sin rumbo fijo, que buscaban redescubrir la ciudad desde una perspectiva subjetiva y emocional.
Esa percepción sensorial buscaba reconocer que el modelo capitalista estaba tan presente en la vida de mediados del siglo XX estaba construyendo la realidad y que hoy conforma la base de nuestra cultura, una cultura del espectáculo que propone a las distintas manifestaciones y a los individuos como mercancías, y que, en el caso de Puebla, no sólo se muesta atractivo por el marco patrimonial que lo encierra, sino que se suma al carácter estético de los escaparates diseñados expresamente para llamar a la vista. Los colores vibrantes, los productos atractivos, los mensajes estridentes y las tentadoras ofertas; representan una fórmula que, por ejemplo, Walter Benjamin observó como el resultado de poner a las artes al servicio del comercio (2005: 37-38) para generar un encanto estético que, al convivir con el marco institucional del patrimonio, genera un parche en el propio corpus arquitectónico para configurar a la ciudad como una experiencia de consumo, que al mismo tiempo, nos coloca a nosotros como consumidores. Asumimos el espacio como la respuesta a nuestras necesidades: esta interacción práctica y simbólica da forma a la imagen urbana, convirtiendo a la ciudad en un escenario en constante cambio, con un guion establecido para perpetuar los elementos hegemónicos y subordinados (Gramsci, 1916) en una convivencia, que, aunque da espacios para improvisaciones, mantiene a la cultura como una institución.
Tanto la deriva del Situacionismo como la psicogeografía o el flâneur proponen caminar con los sentidos abiertos al entorno; y aunque Benjamin propuso este último como una forma de sabotear al capitalismo al caminar para ignorar a los comercios (2010: 345), creo que en nuestro contexto, se debe adaptar y entender que el contexto en el que vivimos es difícil de cambiar mientras el sistema no se reestructure en favor de la vida por encima de los intereses políticos y económicos, dejándonos con la oportunidad de una revolución donde la cultura algo más allá de preceptos teóricos y funcionemos como una interacción de diversidades, con nosotros mismos y con la naturaleza. Reconocernos en los demás.
¿A qué me refiero con esto? Quiero decir que pasear por la ciudad con una mirada atenta a todos los fenómenos que ocurren y a las relaciones que se establecen puede ayudarnos a comprender que, a pesar de la institucionalización de la cultura, el despoblamiento del centro y la ciudad comercio patrimonio de la humanidad, puede ayudarnos a encarar esa función fundamental de la cultura: la creación de lazos comunitarios. Lazos que dan vida a la cultura, una palabra que, que “contiene en sí misma una tensión entre producir y ser producido […]” (Eagleton, 2001: 16).
Lejos de menospreciar la dinámica económica actual en la Zona Centro, lo que se propone con este caminar es acercarnos a las manifestaciones culturales que perduran, más allá de su institucionalización, y que a veces las reduce a simples espectáculos, tal como critica Debord. Se trata de una invitación a encontramos con las múltiples historias de las personas que comparten las calles para acercarnos al patrimonio y sus manifestaciones, más allá de las vitrinas que a menudo nos limitan.
El privilegio de deambular por las calles con la mirada atenta puede llevarnos a descubrir lo que se encuentra detrás de la dinámica comercial, incluso formando parte de ella. Por ejemplo, podemos descubrir que existen numerosas familias que han logrado trascender las dificultades y mantener abiertos sus negocios. La Calle de los Dulces es un ejemplo destacado, con locales que han adaptado su enfoque en respuesta a los cambios en la calle y otros que han transformado su oferta para aprovechar el flujo peatonal. Asimismo, podemos ver qlas pequeñas tiendas que han desafiado la proliferación de las tiendas de conveniencia, y los mercados de La Acocota, 5 de Mayo o Del Carmen que representan ejemplos notables de la creación de comunidad y cultura.
Caminar con la mirada atenta por nuestro Centro Histórico puede llevarnos a descubrir las llamadas ‘cantinas típicas’, que en sí mismas representan un breve universo que encierra otro elemento importante del flâneur: la capacidad de sorprendernos y encontrar algo extraordinario en la cotidianidad, entrar al juego, la aventura y la creatividad se la deriva. Encontrarnos con estas festividades efervescentes nos brinda la oportunidad de experimentar el gozo, que es uno de nuestros derechos culturales. «El acto celebratorio, por su propia naturaleza, se entiende como una acción comunitaria…» (Pardo, 2018, p. 1), lo que a su vez nos permite reconocernos en la otredad.
Siguiendo las ideas de Caillois, lo festivo se convierte en un momento sagrado en el que se abren las puertas a nuevas convenciones sociales, se traspasan límites y se otorgan permisos que permiten escapar de la rutina diaria (1984: 114). Esto brinda la oportunidad a las personas, ya sean consumidores, comerciantes, visitantes o habitantes, de participar en un ejercicio comunitario que aprecia la vida cultural a través del contraste entre las actividades convencionales y la sorpresa, simbolizando ciclos de renovación y la continuidad de su participación en la comunidad.
El flâneur, como una forma de abrazar nuestra vida cultural, es parte de nuestros derechos culturales y humanos, que nos permite disfrutar del patrimonio y acercarnos a él en un ejercicio verdaderamente democrático. Nos invita a congregarnos para disfrutar del paso del tiempo y escapar un poco del caos y la rutina, sin dejar de ser críticos con nuestro entorno. Nos anima a observar para señalar y exigir acciones o políticas públicas que promuevan priorizar nuestra vida misma, considerando que tener la capacidad de ejercer estos derechos es un privilegio cada vez más escaso que parece disolverse a medida que nos dejamos llevar por la corriente de nuestra sociedad en constante cambio.
[1] De esto ya había escrito algo así Bauman en su Modernidad líquida (2010), donde cataloga como turistas a las personas que cuentan con el poder adquisitivo para acceder a los bienes y servicios que ofrecen las ciudades, principalmente al viajar; mientras que los vagabundos somos quienes transitamos para cumplir con una encomienda economicista; ir al trabajo, a la escuela, de compras. Este abismo entre clases, ha provocado el distanciamiento social y el no reconocimiento de la otredad como una forma de hacer comunidad (117).
Referencias
Bauman, Z. (2010). La globalización. Consecuencias humanas. Fondo de Cultura Económica.
Texto publicado en la Revista Cuetlaxcoapan, Año 09, No. 36, Octubre-Diciembre de la Gerencia del Centro Histórico del Municipio de Puebla.
Benjamin, W. (2005). El libro de los pasajes. Ediciones Akal.
Benjamin, W. (1973). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Editorial Itaca.
Debord, G. (1967). La sociedad del espectáculo. Archivo Situacionista Hispano. Recuperado de https://bit.ly/3EX7FJa
Debord, G. (1955). Introducción a una Crítica de la Geografía Urbana. Publicado en el # 6 de Les lévres nues (septiembre, 1955). Traducción de Lurdes Martínez aparecida en el fanzine Amano #10. Recuperado de https://bit.ly/3RLrA5M
Eagleton, T. (2001). La idea de cultura. Paidos.
Gramsci, A. (1916). Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Ediciones Nueva Visión.
IMPLAN (2021). Programa de vivienda para el municipio de Puebla 2021. Ayuntamiento Municipal de Puebla. Recuperado de https://bit.ly/3t9rIlj
Pardo, R. M. (2018). Reflexiones sobre los festivales artístico-culturales como instrumentos de impacto social y su relación con el entorno patrimonial. Recuperado de https://bit.ly/3LAGlV0

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