Salir del mundo (a propósito de La vegetariana)

Tres voces diferentes y opresoras te hablan sobre una mujer que busca salirse del mundo; y tú, como persona lectora, solo quieres que sea el mundo el que se salga de ella. Tres voces te dicen cómo es ella, cómo viste, qué siente, cuánto duerme, cómo se comporta, y por qué está rota, aunque sería más correcto: por qué dicen que está rota. Son tres voces que se asumen dispuestas a decidirlo todo sobre ella, por ella, para ella, sin ella.

Esas tres voces son las que dirigen la narración en la novela ‘La vegetariana’ de Han Kang (2025 [2007]), la autora coreana que se llevó el Premio Nobel de Literatura de 2024. Una novela que puede describirse como un libro difícil e incómodo para acceder, pero al mismo tiempo, sencillo, potente y un poco desolador.

A pesar del impulso a la industria cultural coreana, que han saturado los mercados occidentales con música (k-pop), novelas (k-dramas), series de streaming y películas de zombies; no había tenido la oportunidad de acercarme a su literatura, mejor dicho, no había tenido una excusa; hasta que me llamó la atención el nombre de este libro en medio del anuncio del Nobel. Durante un par de meses lo busqué sin éxito en librerías, y apenas el día de reyes, me encontré con la edición que Random House que acababa de sacar este 2025.

Mi experiencia con el anime y el manga, como ejemplos de narrativa asiática, me puso un pequeño prejuicio sobre el libro: “seguro tendrá un mal final”. Tampoco ayudó el libro de ‘Almendra’, de Won-Pyung Sohn, que solo por compromiso; o el desilusionante final del Juego del Calamar 1, que en el último episodio destruyó la serie con su vuelco a video de k-pop, y que evidentemente me invitó a no ver la segunda temporada.

Lo sé, estoy mezclando diversos tipos de narrativas y productos culturales, pero ante las distancias geográficas y epistémicas con oriente, hace el recorrido más fácil. Así que aprovecho este espacio, para retractarme un poco de los desencuentros anteriores con la literatura asiática, en especial con la literatura coreana.

Han Kang publicó este libro en 2007 (primero como tres cuentos separados, dicen; cosa que dudo mucho porque no funcionan de forma independiente, al menos no el último), pero se siente una publicación tan cercana (temporalmente) que da coraje no haberla encontrado antes de su “elevación” a Nobel de literatura. Se trata, pues, de un libro en el que una persona lectora puede sumergirse (y ahogarse) perfectamente en estos días de desasosiego global, de guerra comercial genocidios, de extremismos ideológicos y de desilusiones fáciles. Se trata de una oportunidad para salirse del mundo y desafortunadamente, para volver a entrar en él.

En ‘La vegetariana’, Kang nos ofrece una trampa, pero antes de hablar de esa trampa, hay que decir que el libro se incerta en un contexto en extremo machista y misógino. Al principio, ese contexto me dio tanto coraje que lo primero que quise hacer fue explotar contra la cultura coreana, tan respetuosa de la familia y las personas de más edad, tan desinteresada de conocer las opiniones de la mujer, pero pensándolo bien, se trata de otra cara de nuestra sociedad patriarcal. Sin complicarse o pensarlo mucho, esas imágenes violentas están insertadas en nuestro occidente capitalista, en nuestro México violento, así que, cuando se aborda esta novela, no hay tanta distancia con los desfiguros que provocamos aquí los hombres.

Con trampa me refiero al título del libro, la vegetariana; con trampa me refiero al primer tercio con un título homónimo; donde nos encontramos con el argumento central: Una mujer ha decidido abandonar la carne, lo que marca un camino lleno de tragedias, así que, como persona lectora en occidente con ciertos privilegios y con una alimentación promedio, uno puede sentirse distante, incluso, sin interés, después de todo, cualquiera puede decidir qué es lo que come, ¿no? Sin embargo, no pasas de la tercera página cuando puedes notar algo: quien habla, quien juzga a Yeonghye (así se llama la protagonista), es su marido. Desde aquí, se plantea lo que creo que es el verdadero objetivo del libro: dominar y humillar a este personaje, ignorarla y juzgarla, así que atinadamente la autora decide que ella no hablará. En los dos capítulos posteriores, ocurre lo mismo, nos enteramos de la vida de Yeonghye a través de los juicios de su cuñado y de su hermana, respectivamente.

Entonces podemos replantear el argumento del libro. Una mujer que toma una decisión sobre su cuerpo, pero su contexto intenta todo para impedir ese cambio. ¿Te suena? La convicción tan envidiable de Yeonghye por abandonar la carne, la siento como un paralelismo con las personas que luchas por los derechos en sus comunidades, que luchan por el medio ambiente, que exigen justicia, que buscan a sus familiares desaparecidos, que exigen al estado Israelí que abandone sus pretensiones imperialistas y pague por el genocidio al pueblo palestino, que lucha por un mejor futuro. Así, ese contexto opresor es básicamente nuestro sistema capitalista y neoliberal (tecnofeudal dirían ahora), que nos impide tomar decisiones propias, que nos juzga si buscamos otras opciones que salgan del status quo, de la “normalidad”.

Y así como la protagonista es silenciada por su contexto inmediato, el nuestro nos violenta y en algunos casos, asesina, cuando pensamos diferente, cuando la colectividad en resistencia busca luchar contra su poder hegemónico.

Comencé este texto inmediatamente después de terminar el libro, de pensar en que “yo también quisiera ser un árbol” con una voz romántica e ingenua; pero al mismo tiempo sonaba la noticia de que el presidente gringo buscaría tomar el control de la Franja de Gaza, expulsar a la población palestina, y construir un resort. El coraje me invadió al intenta y deje de escribir. Pensé, primero, en la impotencia que tiene el resto del mundo (comenzando con la inutilidad de la ONU y la Haya) respecto a las disposiciones del “país más poderoso del mundo”. Nuestra aparente inutilidad ante ese poder hegemónico nos hace colocarnos en un lugar bastante cómodo: no hacer nada, por no podemos cambiar las cosas. Somos el Sísifo feliz de nuestra condena por el simple hecho de que cambiar el sistema parece imposible. «Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo» dijo Fredric Jameson (El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, 1991), así que pretender algún cambio puede suponer un despropósito.

En alguna clase han pasado pensamientos similares cuando criticamos al sistema capitalista, cuando miramos las actitudes hegemónicas del norte global y volteamos a ver nuestro contexto. Entonces imaginamos la utopía, acusamos al sistema corrupto y escribimos sobre las opciones que tenemos para salir de ese sistema. Romanceamos con las alteridades y las luchas sociales, pero nos estrellamos con la realidad y la puesta en marcha. ¿Se puede hacer algo para salir del mundo? ¿Tiene algún sentido hacer algo para cambiarlo? ¿Si ya sabemos todo lo que está mal, por qué no cambiamos?

No tengo ninguna respuesta. Pero tampoco pienso dejar de buscarla. Es una piedra y una pendiente, pues.

Dese hace algún tiempo, he pensado en la inutilidad del arte y la cultura. Esas mismas expresiones que nos comunican todos nuestros problemas y desde las distintas disciplinas nos muestran el camino hacia la empatía y la comunidad, que buscan sensibilizarnos sobre el medio ambiente, sobre los animales, sobre el reconocimiento de las diversidades, son las mismas propuestas que inundan el mercado, y, sin embargo, a pesar de su masividad, ¿cuántos cambios han ocurrido? Es decir, seguimos siendo opresores y al mismo tiempo, somos oprimidos. Tampoco ofreceré una respuesta.

Como diría Teixeira Coehlo (2016) el problema es que se trata de productos de consumo, es decir, los apreciamos y se gastan y desaparecen; siendo que deberían ser productos de uso, que podamos usarlos en nuestra vida cultural. Ya está. Ahora, ¿cómo?

Hablo de productos culturales porque estamos subsumidos al capital, así como el premio de Han Kang, así como la historia de Yeonghye, así como la noble labor de cambiar el mundo. Estamos dentro de él y cambiarlo parece imposible.

Es por eso que cuando terminé de leer ‘La vegetariana’ pensé en la aspiración ingenua de convertirme en un árbol. Yeonghye se somete a su propio sistema, pero su convicción de cambiarlo y de cambiarse a sí misa, ella misma no cabe dentro de ese mundo, por lo que decide salirse. En la obra de teatro ‘El Cuerpo de U’ (Compañía Tetro Bola de Carne, 2017) dicen algo así: «¿Cuál es el fin último de un revolucionario?: El suicidio, matar al máximo asesino». Un diálogo que a mi parecer funciona tanto para las revoluciones sociales como para las revoluciones personales, y no se trata de tomar la misma decisión de convertirse en un árbol, como la convicción de Yeonghye, sino en que deberíamos estar preparadas y preparados para renunciar a algo cuando logramos un cambio (si es que podemos lograrlo).

«Todos los árboles del mundo me parecen mis hermanos” dice Yeonghye mientras acepta que no pertenece a este mundo. Cuando habla de esto, no lo dice derrotada, sino triunfante, pues ha descubierto el camino para lograr su convicción, su camino para abandonar aquellos sueños turbios de sangre y muerte con los que se originó su cambio, su camino para transfigurarse de una simple flor pintada a integrarse a la vida, no como un árbol, sino para convertirse en la mismísima madre tierra. (Léase con los interlineados que considere pertinentes).


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