«En la orilla del mundo estoy esperando
a los viajeros que nunca llegarán»
Aimé Césaire
En estos tiempos que conmemoran el 80 aniversario de la rendición alemana ante la Unión Soviética, hito que marcó el fin de la Segunda Guerra Mundial, y ante el horror del genocidio que Israel está perpetrando en Gaza, con escalofriantes declaraciones de intención de desplazar a toda su población, urge invocar voces como la de Aimé Césaire (1913–2008). Este poeta, dramaturgo y político originario de la isla de Martinica, en el Caribe, con la fuerza de su palabra, criticó a la civilización desde la perspectiva de la descolonización, cuestionando la pretendida «civilidad» de Occidente.
«Una civilización que decide cerrar los ojos ante sus problemas más cruciales es una civilización herida de muerte. Una civilización que hace trampas con sus principios es una civilización moribunda», sentencia Césaire al inicio de su Discurso sobre el colonialismo, publicado originalmente en París en 1950. Su crítica no se dirige gratuitamente a Europa; interpela directamente a los colonizadores por haber secuestrado la historia de la humanidad, secuestrando el origen de la civilización con mitos griegos que, paradójicamente, abrevaron de las culturas egipcia y mesopotámica. A ellos, a los colonizadores, les acusa de haber aleccionado al mundo sobre cómo exterminar pueblos originarios, tal como lo hicieron en América, África y Medio Oriente, y aun así, osan proclamarse el futuro. Hoy, por supuesto, esta acusación se extiende al país del norte de ya saben quien.
Este documento, el Discurso sobre el colonialismo, es una ventana reveladora a las secuelas de la guerra en Europa, pero se sostiene sobre una premisa inquietante: la trascendencia de este conflicto radica en que fue un intento de un colonialista por colonizar a otro colonialista, la Alemania nazi intentando subyugar a los pueblos blancos europeos. Césaire dice mejor:
«Uno se asombra, se indigna. Uno dice: ‘¡Qué extraño! ¡Pero, bah! ¡Es el nazismo, ya pasará!’. Y uno aguarda, y uno espera; y uno se oculta a sí mismo la verdad: que se trata de una barbarie, pero de la barbarie suprema, la que corona, la que resume la cotidianeidad de las barbaries; que es el nazismo, sí, pero que antes de ser víctima se ha sido cómplice; que a ese nazismo se le ha soportado antes de sufrirlo, que se le ha absuelto, que se han cerrado los ojos frente a él, que se le ha justificado, porque, hasta ese momento, sólo había actuado contra pueblos no europeos; que ese nazismo ha sido cultivado, que uno es el responsable, y que, antes de engullirlo en sus rojizas aguas, se filtra, penetra, gotea, por las rendijas de la cristiana civilización occidental».
(Césaire , 1950)
A 75 años de estas palabras, su eco resuena con una escalofriante vigencia en la actualidad. Por un lado, Rusia embiste a Ucrania mientras la Unión Europea, con indignación teatral, condena a Rusia, le impone sanciones e incluso programa un rearme de toda la OTAN ante la amenaza de un ataque ruso. Ahí sí parece valer la pena denunciar al opresor, satanizarlo, recordarle su pasado socialista como si ese intento por un mundo más justo fuera una condena a permanecer en la tortura del capitalismo; ahí sí se justifica enviar armas al oprimido, promocionar sus fotos en Vogue, defenderlo del bully gringo mayor. El oprimido, claro está, es un pueblo blanco.
En contraste, ante el holocausto palestino que el territorio ocupado autodenominado Israel está perpetrando; a la «civilizada» civilización europea parece no importarle, guardando un «orgulloso» silencio ante el primer genocidio transmitido en TikTok, Meta, X y demás canales.
Césaire afirmó que el colonialismo deshumaniza tanto al colonizado como al colonizador, y que los horrores del fascismo en Europa fueron posibles porque ya se habían ensayado en las colonias. «Y es ése el gran reproche que hago al seudo-humanismo: el de haber aminorado por demasiado tiempo los derechos del hombre, el haber tenido sobre ellos y mantener aún un criterio estrecho y parcelario, parcializado y parcial y, en fin de cuentas, sórdidamente racista» (1950).
Hoy, ese fascismo se disfraza de una democracia corroída por los intereses del capital, y ese debería ser nuestro reproche actual. No solo a nivel internacional, sino aquí mismo en México, donde el propio sistema alienta la represión de los pueblos, el extractivismo salvaje. Es una especie de colonialismo local, donde el capital es el colonizador (su ejército es el Estado) y los colonizados son los pueblos que intentan defender los recursos naturales, las madres buscadoras, los periodistas asesinados, los feminismos y las comunidades de la diversidad.
(Y bueno, también se podría decir, de alguna manera siniestra, que todos podemos ser colonizadores en nuestras relaciones sociales, cuando intentamos suprimir al otro, a otras ideas, a otras vidas).
Las instituciones internacionales surgidas tras la barbarie de la Segunda Guerra Mundial hacen lo propio y descubren, y descubrimos, que su voz solo alcanza para criticar sin poder ejercer un control real. La ONU atada de manos, La Haya convertida en una burla para sí misma, los países miembro guardando silencio, porque cualquier condena al holocausto palestino ejercido por Israel pondría en riesgo inversiones, negocios, tratos. Estamos presenciando el final de la ONU como garante del derecho internacional, algo que ya intuíamos, pero que aún conservábamos como una tenue esperanza de simulación: «No creo que se atrevan», recuerdo haber pensado ridículamente el año pasado.
Pero el capital es más fuerte que cualquier acción de dignificación de la vida.
A principios de año, los colonizadores anunciaron un resort en tierras palestinas; esta semana, anunciaron el desplazamiento forzado del pueblo palestino. Esta semana estamos sentados, siendo testigos del nombramiento del nuevo papa, de las ocurrencias del colonizador del norte, de las acciones del movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) que hoy más que nunca hay que apoyar antes de que se vayan quedando sin oxígeno ante la indiferencia de quienes podrían actuar, tal como las personas que aparecen en aquellas imágenes de hambre y deshumanización que circulan en redes. Somos testigos de que el colonialismo y el imperialismo nunca terminaron, sino que se adaptaron y, por un tiempo, mostraron cierta decencia. Hoy, es el cinismo lo que nos toca presenciar, atados de manos, de cultura y de sentimientos.
El ángel de la historia de Benjamin, aquel que contempla una ciudad en ruinas, hoy mira a Palestina, pero seguirá su camino porque es el capital quien dicta esa historia, nos la enseña a través de la televisión y nuestros dispositivos móviles para aleccionarnos, para hacernos cómplices: «Aunque el único modo de enseñarle algo a alguien es mintiéndole. No se accede a la verdad desde la verdad. Al oasis se llega, si se llega porque uno ha descubierto el espejismo» (Rubert, 2024, p. 43). El espejismo de la guerra para enseñarnos lo que es la paz, ¿es lo que seguiremos mirando hasta que los colonizadores decidan regresar a terminar el trabajo? Hoy es Palestina, pueblos africanos y en Medio Oriente, mañana…
Aunque parece que solo nos queda resistir para existir, aunque el ángel nos olvide, tenemos en nuestras pantallas y nuestra vida la enorme tarea de no dejar de problematizar lo que pasa en el mundo, porque todo es más complejo que nuestros propios prejuicios y la verdad aunque pueda ser efímera, inacabada o incluso inalcanzable, nunca debe estar por encima de la vida.
Vale recordar y reinterpretar a autores como Aimé Césaire, vale más colocar aquí su juicio, sentencia y advertencia: «que nadie coloniza inocentemente, que nadie coloniza tampoco impunemente; que una nación que coloniza, que una nación que justifica la colonización —y por tanto la fuerza— es ya una civilización enferma, una civilización moralmente minada que, irremisiblemente, de consecuencia en consecuencia, de negación en negación, clama por su Hitler, o sea, por su condena» (1950). ¿Llegará?
Consulta el texto íntegro de Aimé Césaire: Discurso sobre el colonialismo https://docs.enriquedussel.com/txt/Textos_200_Obras/Filosofia_liberacion/Discurso_colonialismo-Aime_Cesaire.pdf

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